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El consejero bíblico


¿Exaltar el dolor? ¿Ignorarlo? parte 2

¿De dónde viene el sufrimiento?
Segunda parte
por el Dr. Edward T. Welch

¿De dónde viene el sufrimiento? ¿Es culpa mía? ¿Es iniciativa de Satanás? ¿O acaso Dios es el autor? Estas preguntas difieren de la pregunta inevitable «¿Por qué Dios no lo detuvo (o no lo detiene)?» o bien «¿Por qué a mí?» Pero las preguntas en cuanto a «de dónde» tienen importantes respuestas bíblicas, y dichas estas respuestas cuentan con sólidas aplicaciones potenciales.
Otros. Una de las respuestas a «¿de dónde vino el dolor?» es de otras personas. Un marido abandona a su esposa y se va con su secretaria, una esposa ataca verbalmente al marido, un niño muere por culpa de un conductor de auto borracho, y una mujer es violada por alguien en quien ella confiaba. Otros pecan contra nosotros, y esto duele profundamente.
De manera que cuando la mujer que ha sido victimada pregunta «¿por qué?», usted podría cambiar la pregunta a «¿de dónde provino?» y así responder: «por la maldad de tu padre». Quizás la pregunta que ella hace es «¿por qué Dios lo permitió?», pero la respuesta continúa siendo la misma: «Fue tu padre quien lo hizo; fue por el pecado que hay en él.»
Sin duda, esta respuesta obvia no contesta todos los misterios que rodean al problema del dolor, pero es una respuesta importante. Muchos de los que sufren increpan a Dios o se reprenden a ellos mismos, ignorando lo obvio. Eso proporciona un aliciente porque de manera clara dice a la víctima que la causa de ese sufrimiento particular fue algún otro. Aunque pareciera manifiesto, quienes han sido victimados parecen tener un instinto que dice: «Yo soy responsable». Dios responde recordándonos que nosotros no causamos el pecado de otros. Ellos son responsables por su propio pecado. Algunos se sienten tan incómodos con la idea de que las personas que supuestamente debían amarlos los lastimaron tanto y a veces fueron tan malvados con ellos, que prefieren culparse a sí mismos. Al pensar esto la víctima todavía puede conservar la ilusión de que el victimario realmente le amaba. Una vez más la Escritura responde que nosotros no causamos el pecado de los demás, sino que cada persona es responsable de su propio pecado.
Como cristianos no quedamos «empantanados» cuando el dolor ha sido causado por algún otro, sino que tenemos la oportunidad de crecer en una actitud de perdón que idealmente ha de llevar a un perdón pleno, a la reconciliación y a la restauración de la relación con el ofensor.
Por ...

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