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El consejero bíblico


Cómo reconocer al hombre de Dios

por C. E. Stowe

En nuestro contexto actual, ¿cómo han de ser aquellos a quienes Dios les encomienda la gran tarea de difundir el evangelio?

Jorge Whitefield es al Nuevo Mundo lo que Juan Wesley a Inglaterra. Este evangelista inglés afectó con la predicación del evangelio?en tiempos coloniales?, al país que emergía entre las naciones. Inspirado por el gran ejemplo de Jorge Whitefield, un pastor de nombre Juan Gillies, registró varias cualidades que adornan al hombre de Dios. Esas características forman parte de su introducción a la obra Memorias y sermones del Rvdo. Jorge Whitefield. Gillies afirmaba que los siervos de Dios deben ser:

Piadosos
Hombres que conocen el camino de la salvación porque lo transitan. ¿Qué clase de capitán es uno que no sabe cuál canal surcará su nave, o dónde yacen los lechos de rocas y los bancos de arena que pudieran obstruir su rumbo, o que no determina el puerto de destino? Para conducir un navío no basta estudiar navegación en una academia, hay que llevar ese conocimiento a la práctica. Igualmente es imposible ser un predicador competente si sólo se estudia teología en un seminario. Muy pobre será la contribución del ministro si no predica tanto con su vida como con sus sermones.

El hombre de Dios debe ir delante de su pueblo, señaládole el camino, y atrayendo a los extraños. Para expresarse con la vitalidad y las palabras que el Espíritu Santo pondrá en sus labios, antes de poder llamar a otros, deberá haber sentido con toda su alma los gozos del cielo, y algo de las palpitaciones angustiosas del infierno, del que busca rescatar a otros. Sus oraciones expresarán sus necesidades más urgentes, si así no fuera, difícilmente podrá despertar a otros.

Whitefield, ante todo, fue un hombre piadoso. Vivió en carne propia el horror de la desesperanza y el gozo de la salvación. Derramaba su corazón exhortando a los oyentes a arrepentirse de sus pecados, y el Espíritu Santo obraba a través de la predicación.

Educados

Si bien es cierto que Dios no necesita el estudio de las personas para desarrollar su obra, tampoco necesita su ignorancia. La obra se cumplirá «por la locura de la predicación, pero no por la predicación a lo loco». Jesús equipó a sus predicadores con dones milagrosos; con la constante inspiración sobrenatural del Espíritu Santo; y enriqueció sus mentes con todo conocimiento divino. Sin embargo, aclaró bien que ninguna de esas ventajas reemplazaban ...

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