por Pablo Martínez Vila
«Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:1-2).
Se dice que es más fácil encontrar una casa en la que falte el pan que una casa sin televisor. Quizás esta afirmación no se pueda tomar al pie de la letra, pero refleja bien la escala de valores de muchas familias hoy: prefieren antes comer peor que prescindir del televisor. La televisión se ha convertido en elemento imprescindible para el «funcionamiento» familiar. El extraño silencio que deja una televisión averiada en la casa produce incomodidad, como si estuviera ausente un elemento vivo de la familia. Protagonista destacado a la hora de comer, «invitado especial» todas las noches, compañero imprescindible los fines de semana, su ausencia llega a crear verdaderos síndromes de abstinencia, como si de una droga se tratara.
¿Droga? Sí, ahí está la clave de nuestro tema. El problema no es el uso sino el abuso de la televisión. El enfoque correcto no debe ser: «¿la televisión es buena o mala?» Este planteamiento maniqueo nos llevaría a respuestas desequilibradas e incluso farisaicas. Como muchos otros instrumentos técnicos, la televisión en sí misma no es ni buena ni mala, sino que depende del uso y propósito que de ella se haga. Un mal puede tener consecuencias muy negativas para la salud de la persona, y no solamente de los niños, El profesor Alonso Fernández, destacado psiquiatra español, decía en una conferencia titulada «Televisión y salud mental»: «Todo plan nacional de salud mental, debe incluir el adecuado funcionamiento del ente televisivo como una de sus prioridades absolutas». Todos habremos experimentado alguna vez la dificultad para levantarnos del sillón cuando estamos enfrente del televisor. Es como si nos «enganchara». Los expertos hablan de un estado de anestesia o hipnosis televisiva, consistente en un bloqueo mental que no permite al sujeto alejarse de la pantalla. Sólo ciertas personas con fuerza de voluntad, activas e inteligentes, se liberan de esta experiencia de «enganche»- Así que, de entrada, nuestro postulado fundamental es: El problema no es la televisión, el medio en sí, sino lo que hacemos con ella.
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