... pozo.
¡Tratábamos de sostenernos, sostener el equipaje, y orábamos con un sentimiento y clamor pocas veces experimentado!.
Perdimos noción de la hora, los kilómetros... y nos decíamos: ¡El Señor nos ha respondido... pero de que manera! Porque quien manejaba no parecía estar en su sano juicio.
Llegamos cuando ya todos los pasajeros estaban a bordo y el avión estaba listo para salir. Pensamos - con Ricardo- que no nos dejarían subir, pero nuestro ?amigo? gritó, insistió con la misma vehemencia con la que conducía y el milagro se produjo: ¡abordamos el avión!.
Durante el vuelo empezamos a tomar conciencia: habíamos llegado a tiempo a tomar el avión, nada de nuestro equipaje se había perdido o dañado, el Señor nos había protegido en todo momento.
Entonces recordamos el instante, al borde de la carretera, en que dijimos: Señor, no nuestra voluntad ¡sino sea hecha tú voluntad!.
El Señor nos había dado una lección más respecto de la necesidad de depender no de nosotros mismos y nuestros recursos humanos sino de Él, quien es Todopoderoso.
En segundo lugar:
2) Las pruebas nos revelan el carácter y el corazón de Dios: su grandeza, su soberanía y su amor inefable.
Veamos en el libro del profeta Daniel, en el Capítulo 3 (1-6)
1 El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos y su anchura de seis codos; la levantó en el llano de Dura, en la provincia de Babilonia.
2 Y el rey Nabucodonosor mandó reunir a los sátrapas, prefectos y gobernadores, los consejeros, tesoreros, jueces, magistrados y todos los gobernantes de las provincias para que vinieran a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado.
3 Entonces se reunieron los sátrapas, prefectos y gobernadores, los consejeros, tesoreros, jueces, magistrados y todos los gobernantes de las provincias para la dedicación de la estatua que el rey había levantado; y todos estaban de pie delante de la estatua que Nabucodonosor había levantado.
4 Y el heraldo proclamó con fuerza: Se os ordena a vosotros, pueblos, naciones y lenguas,
5 que en el momento en que oigáis el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado;
6 pero el que no se postre y adore, será echado inmediatamente en un horno de fuego ardiente.
Biblia de las Américas
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