... en un castillo fortificado que fomenta el individualismo extremista. Los altos niveles de individualismo que caracterizan a nuestra sociedad no son ajenos a la interferencia de la televisión en la vida familiar. ¿Dónde están aquellas reuniones familiares, aquellas tertulias espontáneas pasadas? ¿No será que la televisión está influyendo poderosamente en engendrar familias-pensión?
Debemos tomar conciencia, como cristianos, de los peligros hasta aquí expuestos. Preguntémonos con sinceridad: ¿Cuántas horas al día dedico a la televisión? ¿Cómo ha alterado esto mi vida familiar? ¿Me es fácil levantarme y apagar el televisor o me quedo «enganchado» con facilidad? ¿En mi casa es la televisión sólo un mueble o se ha convertido en la tirana de la familia? Todas estas preguntas pueden ser un pequeño examen para valorar si nuestra relación con la televisión es de uso o de abuso.
Decíamos que había dos tipos de problemas. Por un lado los relacionados con la cantidad de horas de televisión. Los otros efectos negativos son los derivados del contenido de los programas. La televisión imparte ideología, transmite una manera de ver la vida. La forma de pensar, los valores de la sociedad quedan plasmados en cada película, en cada anuncio publicitario. De ahí el valor estratégico que la televisión puede tener para una comprensión adecuada del mundo que nos rodea. El cristiano no puede cerrar los ojos ante el televisor y decir «esto no me interesa»; por el contrario, ha de abrir bien los ojos para percibir, entender y reflexionar sobre las necesidades de aquellas personas a las que queremos predicar el evangelio. Saber mirar la televisión es casi imprescindible para una evangelización relevante. La respuesta adecuada a la secularización de nuestra sociedad pasa por una percepción profunda de las enfermedades de esta sociedad. Y la televisión es un escaparate formidable de las dolencias sociales de nuestro mundo contemporáneo.
Sí, vamos por tanto a mirar la televisión, pero hagámoslo con la mente de Cristo. Cada vez que encendemos nuestro receptor, a los creyentes se nos brinda una oportunidad excelente para comprobar si de veras tenemos esta mente de Cristo. En la práctica, ello requiere saber interpretar la información recibida de acuerdo con los principios morales y los valores del evangelio. En otras palabras, para ver correctamente la televisión el creyente ha de usar unas gafas correctoras, que podríamos llamar la cosmovisión cristiana. No luchemos contra ...