... profetas (30:20) y serán tan obedientes como animales guiados (30:22).
Este énfasis en la obediencia llama la atención sobre el contenido doctrinal del texto. Es evidente que Isaías 30:21 enseña un aspecto muy importante de la doctrina de la santificación. El fundamento de una vida santa es la obediencia a la ley de Dios.
Además, el pueblo de Dios ha de responder a la gracia divina separándose del mundo y confiando plenamente en el Señor. Pero los habitantes de Judá, al suprimir el ministerio docente de los profetas y recurrir a los egipcios, no manifestaban ni obediencia ni confianza en Dios.
Si queremos hacer justicia a Isaías 30, tenemos que considerar en un marco más amplio la situación que se describe en este capítulo. Hay que mirar hada atrás y, sobre todo, hacía adelante para ver la culminación escatológica de lo acontecido en tiempos de Isaías.
En el desarrollo de la historia redentora, que empieza en Génesis y llega a su clímax en Apocalipsis, la profecía de Isaías se encuentra aproximadamente hacia la mitad. Después del fracaso de Adán y sus consecuencias catastróficas, que culminaron en el diluvio y luego en la torre de Babel, Dios empezó de nuevo con Abraham. Abraham había de ser santo (Génesis 17:1) y sus descendientes físicos habían de ser «gente santa» (Éxodo 19:6).
La historia de Israel demuestra que no vivieron en conformidad con esta descripción. De aquí la queja de Isaías al principio de su profecía: «Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás» (Isaías 1:4).
Si Dios era «el Santo de Israel» (Isaías 30:11, 12, 15, etc.), su pueblo tenía que ser santo también (Lv. 19:1-2). Pero como produjeron únicamente fruto malo (Isaías 5:1-7) en vez del fruto de santidad, Dios los rechazó finalmente a favor de los que iban a producir buen fruto (Mateo 21:33-43).
Las cartas del Nuevo Testamento indican cómo se cumplió esto en la iglesia. El pueblo de Dios bajo el nuevo pacto es lo que Israel nunca fue: una «nación santa» (1 Pedro 2:9). Los que pertenecen a ella morarán eternamente en «la santa ciudad, la nueva Jerusalén», donde no habrá «ninguna cosa inmunda» (Apocalipsis 21:2, 27).
La perspectiva escatológica está estrechamente relacionada con la teológica, que se resume en la promesa divina «Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios.» Al considerar esta promesa a la luz de la profecía de Isaías en su conjunto, vemos que tiene dos dimensiones. ...