... división, enojo, ira, malicia, odio, egoísmo, autojustificación, autoprotección, defensivismo, impaciencia, irritación, ausencia de perdón, sin bondad, y falto de mansedumbre, junto con toda palabra áspera o materialista. Lo haré con gozo dándome cuenta que debido a la presencia del Espíritu Santo que mora en mí no tengo por qué vivir bajo el control de la naturaleza pecaminosa. Mi deseo debe ser hablar de una manera digna del llamado que he recibido del Señor (Ef. 4:1).
5. Hablar redentivamente significa decir «no» al deseo de justificarme, inculpar al otro o valerse de argumentos para intentar disculparnos por hablar lo que es contrario a la obra del Espíritu o apropiado para un ciudadano del reino de los cielos (leer Gá. 5:19-21). Yo era un joven pastor de una pequeña congregación con enormes necesidades espirituales. Parecía como si no pudiera tener un momento tranquilo en casa, sin que alguien me llamara con su más reciente crisis. Sin darme cuenta se iba aumentando en mí una percepción de cierta gente de nuestra congregación a quienes veía como obstáculos de lo que yo anhelaba realizar, en vez de mirarlos como la finalidad del llamado que gustosamente yo había aceptado del Señor.
Un sábado en la tarde mientras descansaba en casa con mi esposa y mis hijos, recibí una llamada de un hombre joven que sonaba desesperado. Este hombre frecuentemente estaba desalentado y buscaba consejo, pero al mismo tiempo se resistía a seguir lo que se le recomendaba. Aseguraba haberlo intentado todo sin ningún beneficio. Me dijo que al menos que tuviera una razón para vivir, se iba a suicidar ese mismo día. Le pedí a mi esposa que orara por mí y me fui a hablar con él. En el trayecto experimenté malos sentimientos. Sentía aversión por este hombre y su necesidad de ser siempre el centro de atención. Detestaba la manera como él me escupía cada consejo que yo le ofrecía. Me sentía molesto por todo el tiempo que le dedicaba a él cuando mi familia también me necesitaba. Estaba enojado de que tenía que ir una vez más a tratar de ayudarle a reparar su vida que estaba en pedazos. Era una guerra entre mi preocupación como pastor y el resentimiento personal.
Cuando por fin llegué, tenía lista su letanía de quejas. Cuando le respondí con verdades de la Biblia, me interrumpió de golpe diciendo: «¡Tú no vas a decirme esas mismas cosas otra vez! ¿verdad? ¿Qué? ¿Acaso no tienes nada nuevo que decir?» ¡No podía creer lo que me decía! Yo estaba restándole tiempo a mi familia ...