Artículos

El consejero bíblico


El poder de nuestras palabras / Continuación

... mi familia preocupándome por este hombre y él estaba mofándose. Me puse enojado y arremetí duro contra él. Le dije exactamente lo que la congregación y yo pensábamos de él. Le eché cuanta culpa pude y le di una reprimenda, exhortándole a finalmente esforzarse por hacer lo correcto para cambiar. Ore por él (!) y me fui rabiando.
Ya en el auto, mientras volvía a casa, empecé a justificar mi proceder, convenciéndome de haber actuado en una forma adecuada. Cuando llegué a casa estaba convencido que había hablado como los profetas del Antiguo Testamento. Se lo conté a mi esposa asegurándole que había seguido el ejemplo de los profetas. Ella me replicó: «A mí todo esto me suena como que tú te enojaste y explotaste». De inmediato me hizo reaccionar y ver mi supuesto razonamiento como egoísmo. Me sentí lleno de remordimientos. Cuando admití mi mal proceder, Dios usó la confesión de mi pecado para que este hombre también se arrepintiera.
Dios quiere que percibamos aquello que nos está conduciendo a disculpar el pecado y así justificarlo a nuestra conciencia.
6. Hablar redentivamente significa que cada paso que damos refleje que el Espíritu Santo mora en nosotros. Gálatas 5:25 dice que el Espíritu está trabajando para producir en nosotros amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Vivir conforme al Espíritu significa tener el compromiso de hablar de tal forma que se vea la obra que el Espíritu está haciendo en mí y que estimule esa misma obra en otros. Hemos de mirar las situaciones difíciles de la vida como ocasiones dadas por la gracia de Dios y por su soberanía para producir este fruto maduro en nosotros. Los problemas no son obstáculos sino oportunidades para que el fruto del Espíritu Santo se desarrolle en nuestro interior.
Pedro era un hombre de nuestra congregación quien mantenía una posición de crítica hacia mi ministerio. Yo luchaba en mi interior cuando lo veía y hasta cuando pensaba en él. Peor aún, él había comenzado a reunir a un grupo de personas también descontentas. Finalmente decidí que era hora de hablar con él. Mientras compartía el plan con mi esposa, empecé a sentir que ella reaccionaba negativamente. Le pregunté qué estaba mal. «Antes que pretendas ayudar a ese hombre, Pablo, necesitas ayudarte a ti mismo. Esto me suena como si tú odiaras a este hombre».
Ella tenía razón, yo detestaba a Pedro. Aborrecía la manera como ponía a la gente en mi contra. Odiaba sus críticas que levantaban ...

Continuar leyendo