... que la Biblia hable por sí misma, veremos que su mejor intérprete es su propio texto. ¡La Biblia se interpreta a sí misma!
La Biblia es como un rompecabezas enorme. Cada trozo tiene sentido en el contexto del conjunto. Al creyente le toca descubrir cómo los diversos trozos encajan unos con otros. No se puede excluir ninguno de ellos, puesto que de lo contrario la imagen no sería completa.
Si abrimos una novela policíaca en la página 150 y leemos que el traje de Felipe estaba manchado de sangre, hay que buscar el significado de este hecho dentro de la novela misma. Siendo el producto de una sola mente, la novela posee unidad orgánica. Cada frase y cada capítulo ocupa un lugar único y se entiende a la luz de todo lo que precede y todo lo que sigue.
Así es en cuanto a la Biblia. Cada parte ?sea una sola frase, sea una sección entera ?se tiene que interpretar con referencia a otras partes. Esto subraya la importancia de comparar un texto dado con otros a fin de llegar a interpretaciones bien equilibradas.
Al considerar el tema extenso de la tierra prometida, vemos que tiene en las Escrituras tres rasgos. Son distintos pero complementarios. Si creemos que la Biblia es autointerpretativa y queremos evitar patinazos, hemos de tener en cuenta los tres rasgos. ¿Cuáles son?
Primero, Dios prometió a Abraham darle a él y a sus descendientes la tierra en la que vivía (Génesis 12:7, 13:14-17, 15:7, 18-21, 17:8). Estos pasajes hacen pensar que Abraham y sus descendientes físicos iban a poseer para siempre el «título de propiedad» de aquel territorio que después vino a llamarse Israel.
En segundo lugar, y pese a lo prometido en el libro de Génesis, Dios dijo a los descendientes de Abraham: «la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo? Guardad, pues, vosotros mis estatutos y mis ordenanzas, y no hagáis ninguna de estas abominaciones? no sea que la tierra os vomite por haberla contaminado, como vomitó a la nación que la habitó antes de vosotros» (Levítico 25:23, 18:26, 28). ¡Lenguaje fuerte! Indica, sin dejar lugar a dudas, que existía la posibilidad de que se expulsasen los inquilinos de la tierra de Dios.
En tercer lugar, el Nuevo Testamento nos enseña de qué manera Abraham mismo (así como Isaac y Jacob) interpretó y aplicó la promesa divina. Reconoció que «habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena»; y por tanto anhelaba «una mejor, esto es, celestial» ...