... a los débiles y seáis pacientes con todos (1 Tesalonicenses 5:14).
Sólo cuando cada cristiano goce de la verdadera koinonia con otros hermanos en la fe, podemos tener seguridad de que detectaremos los primeros síntomas del enfriamiento en la vida de un hermano que nos proporciona el ambiente óptimo para corregir y restaurarlo.
Los siguientes casos verídicos ilustran varias maneras en que esta koinonia puede funcionar a fin de que los miembros de una iglesia se exhorten mutuamente al amor y a las buenas obras (Hebreos 10:24). Al margen del programa de su iglesia local, dos empresarios se han comprometido a reunirse una vez por semana para el mutuo discipulado: oran juntos, sufren juntos, se gozan juntos y se exhortan. Es la koinonia encarnándose para prevenir el enfriamiento.
En nuestra iglesia todas las semanas 40 hombres se reúnen en cuatro grupos diferentes para estudiar la Palabra y dar razón de sus acciones el uno al otro.
Luis Palau se reúne con un grupo de apoyo cada jueves por la mañana.
Como parte de las actividades de una iglesia que conozco, las mujeres se han divido en hermanas mayores y hermanas menores para reuniones de íntima conversación, oración e interacción con la Escritura.
Una de las iglesias más grandes de América Latina se divide en centenares de grupos pequeños para estudiar la Biblia, orar y velar el uno por el otro.
Desafortunadamente la vida eclesiástica de incontables creyentes se reduce a muchas reuniones masivas pero pocas oportunidades para experimentar la verdadera comunión bíblica. Hace años notamos que no es en el culto general de la iglesia donde se puede advertir la condición espiritual de la gente sino en grupos más reducidos. Es difícil saber si una persona o una familia está o no presente entre decenas o centenares de otras personas. Pero entre pocos ―ya sea una reunión casera, una reunión divida por sexo, edad, intereses, etc.― es muchísimo más fácil.
Muy a menudo cuando algo negativo sucede en la vida de un creyente, nadie hace nada, nadie lo exhorta, nadie lo confronta ni intenta restaurarlo, no por falta de deseos ni por falta de preocupación sino porque nadie lo conoce lo suficiente como para sentir la libertad de hacerlo. Peor todavía, por esa misma falta de comunión, nadie percibe los inicios de un decaimiento. A veces alguien pregunta: «¿Dónde está la familia Fernández?», pero ya es demasiado tarde.
Este ...