... Hay algunas formas de ocio ?la lectura, la música? que cultivan la imaginación. Cuando niños leíamos «El gato con botas», o de adolescentes «Robinson Crusoe», nuestra imaginación caminaba fecunda por senderos que fomentaban la creatividad. Este elemento le falta al televisor. La participación es pasiva. Por ello se habla del «receptor de televisión». En la televisión uno no puede ser actor y espectador a la vez, sólo puede ser espectador. Y éste es uno de los grandes riegos de una sociedad tan imagocéntrica: perder la imaginación creativa.
En segundo lugar, la mayoría de los programas tienen un efecto absorbente. Es el estado de anestesia o hipnosis televisiva a la que nos referíamos al principio. Veámoslo con un ejemplo curioso. Si uno de nosotros intenta leer el periódico cuando el televisor está encendido, es muy probable que terminemos cerrando el periódico y mirando el programa. Hay un efecto de atracción, de seducción que capta la atención de la persona. Por ello, muchos encuentran muy difícil apagar el televisor antes de que acabe el programa iniciado. Es un efecto parecido al de la droga: cuanto más la miras, tanto más necesitas seguir mirándola. Me confesaba una distinguida personalidad evangélica, que tuvo que vender su televisor porque era incapaz de controlar el número de horas delante de la pantalla y ello había arruinado su hábito de lectura. «La televisión ha empobrecido mi vida», me comentaba confidencialmente y un poco avergonzado.
Este efecto de hipnosis puede llegar a convertir la televisión en una forma de huida, un instrumento para no pensar, un verdadero lavado de cerebro. Ya hemos hablado alguna vez de un fenómeno preocupante: la introducción de aparatos de televisión en los hospitales. La enfermedad es probablemente el último reducto que le queda al hombre de hoy para pensar y para encontrarse consigo mismo. La televisión en los hospitales va a acabar con el más fecundo campo de reflexión que tiene la persona: El sufrimiento y la tribulación. Cuando la distracción anula la reflexión, la persona y la vida se trivializan, haciéndose cada vez más superficiales.
En tercer lugar, el problema por excelencia de la televisión es la alteración en la vida familiar. En este aspecto ha venido a ser como un intruso que ha alterado profundamente las formas y hábitos de comunicación dentro de la familia. En una encuesta realizada en los Estados Unidos, se hizo una pregunta a niños entre cuatro y seis años: «¿A quién quieres más, ...