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El consejero bíblico


Fuera con la máscara / Continuación

... para que me ayudara a juntar los pedazos en que se había convertido mi vida.
Para poder pagar los gastos que escalaban continuamente, empecé a trabajar en la prostitución. Me llevaban hasta un hotel, y allí vendía mi cuerpo por 80 dólares la hora. Mis clientes que mantenían su homosexualidad en secreto, usaban drogas como LSD y cocaína, y me las proporcionaban gratis. Sólo por la gracia de Dios no me convertí en adicto.
Para el fin de ese verano, emocionalmente estaba destruido. Recuerdo que me dormía llorando al regresar a casa después de permitir que me usaran sexualmente toda la noche.
Ese verano hubo otro acontecimiento significante en mi vida. Vi a un amigo en un bar de homosexuales. El estaba vestido de mujer, y su apariencia femenina era tan real que me costaba creerlo. Estaba fascinado, y una noche él me puso maquillaje y una peluca. Cuando me miré en el espejo, me asombré de ver a una hermosa "mujer". Esa noche me drogué y fui al bar. Mantuve en secreto mi identidad real. Nadie sabía que debajo de esa "máscara" estaba yo.
Esa noche revolucionó mi vida. Durante los tres años que siguieron dediqué todo mi esfuerzo a perfeccionar ese estilo de "mujer". Estaba orgulloso de ser travesti, y me hacía llamar "Candi". Rápidamente me hice popular en el círculo de travestis.
En ese mundo lo único que importaba era la habilidad para ser hermosa y parecer una mujer de verdad. Me decían que yo era uno de los mejores, y empezaron a conocerme en regiones vecinas. Pero interiormente yo me odiaba, y una noche mientras estaba en la pista de baile le dije a Dios: ─Sé que puedes ayudarme. Algún día voy a regresar a ti.
En octubre de 1985 mi psicólogo me confrontó por lo mucho que yo bebía. Empecé a ir a los encuentros de Alcohólicos Anónimos. Después de pasar seis meses sin beber, mi mente empezó a aclararse. Abrí la puerta de mi armario y miré la cantidad de vestidos, pelucas, tacones altos, maquillaje y alhajas que había acumulado en tres años.
─Candi, ya no te necesito ─dije─. Te digo adiós.
Puse todo en una caja y lo tiré a la basura. Sentí como si diez toneladas hubieran sido sacadas de mi espalda.
─Vas a volver ─me decían mis amigos─. Siempre serás travesti.
─Van a ver que no ─contestaba yo─. No volveré ser travesti mientras viva.
Hasta el día de hoy no he vuelto a vestirme de mujer.
Muy poco después un pastor de jóvenes pidió hablar conmigo. ...

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