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El consejero bíblico


De Franciscanos y Rockefellers / Continuación

... existe ningún lugar en la Biblia donde se enseñe que el dinero es la raíz de todos los males. El apóstol Pablo, sin embargo, enseña que el amor al dinero es la raíz de todos los males (1 Ti. 6:10). Los bienes materiales son una herramienta que Dios pone en nuestras manos para cumplir los propósitos divinos. Es la actitud que nosotros tenemos con respecto a esos bienes lo que marca la diferencia entre una vida que glorifica a Dios y una que no.
Si la pobreza fuera un símbolo de espiritualidad, ¡el 80% del mundo sería espiritual! En el libro de Proverbios Dios nos recuerda una triste realidad de la pobreza: «No me des pobreza... que siendo pobre hurte y blasfeme el nombre de mi Dios» (30:8-9). La pobreza también tiene su lado amargo y peligroso. ¿Cuántas veces hurtamos, mentimos o hacemos cosas deshonestas con la excusa de que somos pobres o estamos bajo una fuerte presión económica?
En realidad, la pobreza no tiene nada de «santa» y conlleva tantas tentaciones, frustraciones y violencia como la riqueza. El problema no radica en la cantidad de dinero que manejamos; la clave está en la actitud de nuestro corazón.
El problema de los Rockefellers
Me cae bien mi amigo «Rockefeller», especialmente por su visión positiva de la vida. Sin embargo, de los dos grupos, quizás él es el que está en mayor peligro. Esta «teología del egoísmo» en la que cree mi amigo es un mal que se está esparciendo como pólvora por Latinoamérica. La razón es que apela al más profundo entendimiento de nuestra relación con Dios: los latinos, por naturaleza, nos relacionamos con Dios de una forma materialista y egocéntrica. Desde pequeños hemos aprendido a acercarnos a Dios primordialmente para pedir. Por su parte, la «teología del egoísmo», nacida en el centro mismo de una sociedad de consumo, «consume a Dios». Entiende a Dios como un «proveedor de servicios»: El centro de mi relación entre Dios y yo, ¡soy yo! Entonces, creemos que...
«Dios existe para servirme a mí»,
«Dios existe para salvarme a mí»,
«Dios existe para amarme a mí»,
«Dios existe para perdonarme a mí»,
«Dios existe para sanarme a mí»,
«Dios existe para darme a mí lo que yo le pida».
¡Por eso que nos enojamos tanto cuando Dios no se porta como se supone que se tiene que portar, cuando Dios no sana a quien se supone tiene que sanar o no nos da lo que se supone nos tiene que dar!
Tratamos a Dios como si fuera el mago de la lámpara de Aladino, y contamos nuestras bendiciones ...

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