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El consejero bíblico


¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?

Jaime Mirón

Surgió un conflicto en la congregación donde yo era uno de los ancianos. La dificultad radicaba en una seria diferencia de filosofía de ministerio no muy diferente del ejemplo que cuenta Samuel Libert en su artículo de la página . Pero lo que causó la desunión no fue el problema en sí --que se habría podido resolver buscando a Dios en oración, en su Palabra y con un franco diálogo entre las partes-- sino las personas ofendidas, los chismes, las malas actitudes y la resultante amargura. El conflicto se convirtió en guerra.
En este número de la revista donde tratamos el tema de la solución a los conflictos en la iglesia conviene hacer una pregunta: ¿De dónde vienen las guerras y las peleas entre nosotros? Existe un pasaje singular e inconfundible que deja al descubierto el motivo por el que nacen peleas entre nosotros: «¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?» (Stg. 4:1). Aunque siempre es fundamental una resolución satisfactoria del conflicto, Santiago indica que la actitud durante la contienda tiene tanto valor como los pasos para solucionarla.
Veamos primero lo que NO dice Santiago: No premia a la persona que «tiene razón». Generalmente el que cree estar en lo correcto tiene peores actitudes que quien aparentemente está equivocado. En segundo lugar, aunque sin lugar a dudas las guerras entre los santos dan lugar a Satanás (2 Co. 2:11), es notable que el escritor no le echa la culpa al diablo sino insiste que las peleas emergen de los deseos pecaminosos.
Según Santiago la fuente principal de las peleas radica en «vuestras pasiones». En el griego original ?pasión? es hedone de donde previene la palabra hedonismo, la perspectiva por la cual el fin supremo de la vida es el placer. Las peleas entonces se originan en algo que yo quiero apasionadamente.
Hallamos un excelente comentario sobre la palabra pasión en Santiago 3:14-16 de donde se explica por qué estoy involucrado en la pelea. La pasión nace en mi interior, y Santiago la llama celos amargos. Tener celo por algo es bueno, pero celos amargos son celos mal nacidos y están mal dirigidos. Es tener celo de lo que yo quiero. No siempre lo que deseo es malo, bien puede ser algo bueno. Juan Calvino decía que el mal no está en desear algo sino en codiciarlo, en estar dispuesto a pelear con mis hermanos para conseguir lo que quiero.
El conflicto no tiene que convertirse en una guerra (fría o caliente) como bien explica Jay Adams ...

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